sábado, 20 de noviembre de 2010

Obra reciente de Angel Santiago Plata.

Hace mas de un año escribí un ensayo (publicado en este mismo blog) cuyo tema principal era las relaciones y sobre todo las diferencias esenciales entre distintos modos de representación, especialmente entre la pintura y la fotografía.
En dicho texto acudia repetidamente a la categoria de indice que Pierce habia llegado a desarrollar como un nuevo tipo de representación, diferenciándola del símbolo y el icono. Basándome en esta categoría yo argumentaba que la diferencia esencial entre la fotografía y los medios de representación quirográficos quedaba establecida en que la primera era siempre e ineludiblemente (independientemente del grado de implicación emocional o de conceptualismo de la imagen resultante) índice de la realidad que representa, que a través de la luz ha sido capturada por la emulsión del negativo, mientras que la pintura, el dibujo etc siempre obedecería a una de las otras categorías, pero nunca sería indice de lo real, solo una manifestación de la subjetividad del artista (por muy fotográfica y "objetiva" que resulte la imagen final).
Repetir toda esta argumentación viene al caso hoy porque como siempre ocurre en el arte la obra de un creador puede encontrar un resquicio a semejante imposición, una via de escape, y este es el caso de los últimos trabajos de Angel Santiago Plata. Auténtico pensamiento subjetivo, auténtica conceptualización del pensamiento y la forma, y todo, para mi sorpresa, trabajando con la huella, con el indice de algo tan real como es una llama.
No me pregunten como consigue el autor semejante cantidad de matices con semejante pincel, para el que suscribe lo mas interesante es que el resultado, las formas puramente abstractas, aquí remiten a algo real y son pues algo mas que solo formas y solo abstractas, son un rastro, casi diria que el rastro de un crimen o asesinato, un rastro violento al menos. De hecho, y aunque el resultado final pueda remitirnos a algunos expresionistas abstractos, no queda aquí reminiscencia de la placided contemplativa de Rothko o el colorido exultante de Sam Francis, aunque tampoco la violencia explicita de De Kooning o de algunos Pollocks.
Efectivamente el material ha sido violentado por el artista para conseguir un resultado de su casi aniquilación y hay aquí una forma sutil de violencia o una violencia contenida si lo prefieren, como en esas brillantes escenas de un film de Haneke, como en las siluetas con tiza que la policia usa para ubicar los cuerpos asesinados, podemos ver en ellas lo que ha pasado, pero no el como ni el porqué.
En estas últimas obras Angel Santiago Plata subvierte el espíritu de Greeenberg, crea una plástica sin plástica, unas "pinturas" que no remiten a si mismas sino a la realidad y con ello consigue enlazar con gran parte de la corriente abstracta actual, obstinada en ironizar, cuando no enterrar (en este caso bajo ceniza, como aquellos cuerpos que sucumbieron ante la erupción repentina del Vesubio) a aquella generación de posguerra que creyó llevar la pintura hasta su punto límite. Obstinada en una abstracción que no lo es, o en que, como indica el título de una de estas obras, una sola pisada constituye huella suficiente para acabar con ella.







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