jueves, 27 de mayo de 2010

Cine, cine, cine...


Este es otro ensayo centrado mas exclusivamente en el cine, aunque también en el arte en general y a su vez mas exclusivamente en el cine moderno y en la figura de Ingmar Bergman.
Esta escrito con cierta presión, bajo la dictadura de un número concreto de paginas, lo que hace que a veces se precipite en sus conclusiones, pero creo que puede resultar interesante para los amantes del septimo arte por la particularidad de su planteamiento.
Como siempre el ensayo completo tiene su enlace para descarga mas abajo.


Introducción

En el siglo XX se han llevado a cabo profundas revoluciones en todos los ámbitos del pensamiento incluido el artístico, en muchos aspectos podríamos hablar de él como un nuevo siglo manierista ya que asiste a la culminación de la modernidad y a su agotamiento. El arte en una última explosión final de lo que se denomino el genio artístico moderno asistió a la transformación radical de muchos por no decir todos sus preceptos, ya que el propio concepto de arte dejó paso a la individualidad de los artistas ya sean escritores, músicos, pintores o escultores. No obstante no todo el arte del siglo XX ha asistido a esta transformación de forma tan evidente como el cine, ya que por su juventud, y también por su característica de lograr ser fiel testigo de su tiempo, este ha sufrido una evolución similar a la del resto de las disciplinas en tiempo record. En su inmediatez y contemporaneidad con lo que describe podemos vislumbrar las transformaciones de nuestro mundo y pensamiento con perplejidad y asombro.
En el presente ensayo intentaremos desentrañar aspectos importantes de la evolución cinematográfica y comprender si en su juventud el propio cine ha vivido su propio manierismo, entendido este como el paso esquivo entre lo clásico y lo moderno, y como en la actualidad este manierismo (en su versión más insípida, la puramente formal), bajo quizás también el signo de lo posmoderno, parece haberse quedado instaurado como la forma cinematográfica establecida.

La historia del arte es a menudo estudiada e interpretada como una sucesión de momentos en que las disciplinas artísticas cambian y se transforman gradualmente bien por los propios cambios que se producen en la sociedad de cada época o por la aportación trascendental de determinados artistas. Esta compartimentación en bloques ignora a menudo que todas las épocas de la historia de la humanidad están profusamente salpicadas de incongruencias dentro de la lógica continuidad que los historiadores más puristas intentan catalogar, así como que las transiciones entre ellas son lentas y repletas de momentos intermedios en los que nada es como se nos ha hecho llegar, en la que los mundos se mezclan, en las que aparecen personalidades que ayudan a cerrar un ciclo con un golpe sobre la mesa cuyo estrepitoso ruido se extiende en el siguiente.
La historia del arte es la historia de los artistas, pero también la historia del pensamiento estético, de la filosofía y la ciencia, la economía y la política, y es, como decimos, la de sus transiciones e interferencias. Es de hecho incluso la historia de sus oposiciones. De todo esto solo podemos sacar una conclusión y es que la historia del arte (la historia en general) no es en muchos sentidos lineal.

Es conocido por casi todos los teóricos del arte que el pensamiento posmoderno ha roto con la noción de evolución histórica, de progreso de la humanidad auspiciado por las revoluciones populares y científicas y por lo tanto del concepto de innovación asociado a los lenguajes artísticos. Bajo la nueva perspectiva poshistórica podemos afirmar por ejemplo que Picasso ha influido tanto en Goya como Goya en Picasso, de manera que cada nuevo paso en la historia no hace más que rubricar la elipse que la conforma. Los movimientos artísticos, incluso los de hace siglos, no han dejado de evolucionar ya sea en nuestro pensamiento teórico o auspiciado bajo nuevas formas (nuevos procedimientos técnicos, visiones particulares de artistas contemporáneos, redescubrimiento de artistas semiolvidados…) no obstante esta evolución parece haber llegado realmente a un final.

El manierismo, por sus particularidades intrínsecas, es uno de esos movimientos que no solo ha dejado su huella en toda la historia del arte, la inmediatamente posterior (Barroco) y la más reciente (transvanguardia, neoexpresionismo, fotografía contemporánea…) convirtiéndose más en un modo de hacer dada su atemporalidad que en un movimiento propiamente dicho. Y si bien esta afirmación podría extenderse, no ya a muchos otros, sino a todos los momentos de la evolución del arte, es en el manierismo, por la diversidad de artistas a los que se engloba bajo este epígrafe, por lo difuminado de sus contornos y por las escasas connotaciones que presenta en otros ámbitos de pensamiento fuera del arte (dado como decimos su carácter transicional en la historia y ambiguo de sus márgenes a caballo entre el pensamiento humanista y clásico y la irrupción de la modernidad) donde más patente queda que toda transformación social y estética se produce bajo el influjo de cientos de posibilidades, por el empuje de personalidades concretas pero a su vez en sus adhesiones y luchas con el pasado y el presente histórico. Es por esta característica, su atemporalidad y difícil encuadramiento dentro de unas características delimitadas que muchos artistas en la época posmoderna (desde Miquel Barceló a Bill Viola) se han inspirado en él, defendiendo una mirada nueva a la concepción modernista del arte (aunque nunca como veremos sin olvidarla del todo, tal es el carácter esquivo del concepto de posmodernidad, que aunque intente superarlo en su mismo nombre mantiene la referencia a lo moderno). Manierismo y modernidad parecen así confundirse, no obstante intentaremos plantear su diferencia fundamental que estriba en la distancia que separa al arte moderno de su disolución.



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